Buenos y malos. Sin
matices, obviando cualquier complejidad, ignorando que vivir es
asumir que somos diversidad, tanto social como individual. Aún así,
tendemos a buscar buenos y malos, uniformes e inmutables. Sabemos que
el islam, desde la 11-s, está en el punto de mira, un islam que
resiste a ser definido como un bloque homogéneo y que, precisamente
por eso, continúa recibiendo todo tipo de clasificaciones para
poderlo entender. Desde fuera y desde dentro, es decir, también
muchos musulmanes y musulmanas participan en esta pasión actual por
etiquetarse, definirse, diferenciarse.
En los últimos años,
y fruto de un contexto sociopolítico complicado, está tomando
fuerza la idea de un islam moderado opuesto a un islam radical. El
bueno y el malo, como siempre, son personajes de ficción que nos
sirven para crear nuestras propias fantasías. Pero las categorías
de 'bueno' y 'malo' -o, en el lenguaje políticamente correcto,
'moderado' y 'radical'- son contextuales y temporales, no esencias
que impregnan al individuo desde su nacimiento hasta la muerte.
Existe, sin embargo, el deseo de esencializar al otro, e incluso de
esencializarse uno mismo. Esencializar como huida del tiempo, de los
contextos, de la experiencia, de los cambios inesperados y de los
procesos vitales. Sólo gracias a esencializar a los otros o a un
mismo, es decir, a querer ser inmutable, se puede soñar con salir de
la historia y, quien sabe, acariciar la inmortalidad.
Fluidez de
categorías
Dejando al margen las
fantasías, las etiquetas no pueden congelarse. ¿Un islam moderado
frente a un islam radical como los dos únicos islams posibles y
enfrentados? Quizás esto nos facilite el análisis y nos permita
elaborar discursos coherentes -una de las razones por las que estas
etiquetas tienen tanto éxito-, pero al mismo tiempo continuaremos
dando por válido y oponiendo dos categorías más que discutibles.
Poco a poco van apareciendo voces que denuncian esta
instrumentalización.
Desgraciadamente, no son muchas y surgen a
menudo desde el ámbito académico, voces que cuando llegan al mar
mediático acostumbran a diluirse en las exigencias que a menudo
tienen los medios de comunicación para explicar los hechos de una
manera breve y esquemática. Voces que también se encuentran
silenciadas por las instrumentalizaciones de poder y las estrategias
políticas o identitarias de los sectores interesados en mantener
este imaginario de moderados contra radicales.
Cómo explica el
antropólogo Jean-Loup Amselle, especializado en el África del
Oeste, “existe una fluidez y una flexibilidad de las categorías
que sirven para designar los diferentes tipos de islams practicados
en función de la variedad de situaciones históricas, sociales y
políticas en que se encuentran. Los actores religiosos borran las
pistas, saltan las fronteras y mezclan sin complejidad entidades
teóricamente paradójicas. Las categorías de sufí, salafista,
fundamentalista, wahhabita, reformista, musulmán radicalizado o
muchas otros tienen la utilidad que les queramos dar y sólo
funcionan como marcadores en el marco de coyunturas con repercusiones
básicamente de orden político”.
Fabienne Samson,
antropóloga especializada en islams de Senegal, insiste en la misma
línea: “Nos encontramos ante una terminología que no se
corresponde más con la realidad. Para seguir la evolución de las
mutaciones religiosas, hoy algunos investigadores hablan de
neo-cofradismo, neo-sufismo, islam liberal, islam cultural... El
post-islamismo, la post-reislamización o también el
neo-fundamentalismo son otras fórmulas nuevas que intentan mostrar
el dinamismo islámico a través del mundo. Pero esta plasticidad
-concluye Samson- no encaja demasiado con la complejidad de las
recomposiciones del islam contemporáneo”.
Riesgo de exclusión
Plasticidad evidente,
inseparable del mismo hecho de vivir. Nos habitan, al mismo tiempo,
varias categorías y, a la vez, vamos habitando categorías que
encajen con el modelo que nos proponemos vivir. El islam, en
singular, ya esconde todo este abanico de pluralidades, de formas que
se pliegan y se despliegan dentro de cada cual y también dentro de
la comunidad. Coger una, la que sea, y hacer de ella un ídolo sería,
posiblemente, lo que anularía el islam. Por eso, como a menudo pasa
hoy en día, son también muchas las voces que miran con precaución
el énfasis que se da a un islam llamado moderado y representado
principalmente por la rama más espiritual: el sufismo.
Es cierto que
el propio término es ya plural, y cuando decimos 'sufismo' podemos
decir muchas cosas, si bien las une el nexo de la educación
espiritual, el ascetismo y el énfasis en el camino interior. El
riesgo es pensar que el musulmán que no se define como sufí queda
automáticamente fuera de esta voluntad de purificación interior.
Cómo si el islam, por él mismo, careciera de esta dimensión
espiritual e hiciera falta un añadido suplementario. La formación
de la propia etiqueta necesitó tres siglos para que se formulara en
la historia islámica, sin que esto significara que durante aquel
tiempo no hubiera ascetas, místicos y personas implicadas en el
trabajo interior. El filósofo francés Abdennour Bidar, que integró
durante varios años una cofradía sufí, es muy crítico con cierta
tendencia al sectarismo y al exclusivismo: “El sufismo se beneficia
de una imagen de espiritualidad pacífica y abierta que genera muchas
ilusiones. Es tiempo de romper este mito de un sufismo que sería 'el
otro islam'. ¡Cuidado con los espejismos!”
Asimismo, el profesor
Mahmood Madani, autor del libro Good Muslim, Bad Muslim alerta
que seguir el juego de esta división ficticia entre dos islams
convierte automáticamente a una gran parte de los musulmanes en
potenciales terroristas por el hecho de no pertenecer a la categoría
de los “buenos”. Y añade: “Cuando leo sobre islam en los
periódicos, a menudo siento que estoy leyendo pueblos museizados. Su
cultura parece no tener historia, ni política, ni debates. Parece
que se hayan petrificado en una costumbre sin vida. Todavía más,
estas personas parecen incapaces de transformarse a ellas mismas y
que su única salvación pase, como siempre, por ser salvados desde
el exterior.”.
(Traducción del artículo de Dídac P. Lagarriga publicado originalmente en el Diari ARA, Barcelona, 16-05-2019)