A propósito del coloquio sobre Edmond Jabès, traduzco aquí un artículo sobre este poeta publicado en catalán hace ya unos años...
Edmond Jabès: acoger el silencio
Dídac P. Lagarriga
Traducción del artículo publicado en el periódico ARA, 25-02-2016
1912. El 16 de abril nace en El Cairo un niño de familia judía. El
padre, despistado, lo inscribe en el registro dos días antes, así
que oficialmente el niño habrá nacido el 14 de ese mes. Un niño al
que llamarán Edmond y que, años más tarde, escribirá: "La
primera manifestación de mi existencia fue la de una ausencia que
llevaba mi nombre". Una anécdota banal, inapreciable para el
común de los mortales, pero que en las almas sensibles juega
inesperados protagonismos. "Si esos dos días de los que, de
alguna manera, me he encontrado frustrado han tenido alguna
importancia es, en efecto, porque han hecho que me sensibilizara más
tarde con el vacío, la muerte, lo aleatorio", declaraba Edmond
Jabès en un extenso y conocido libro de entrevistas con Marcel Cohen
publicado en Francia (y que la editorial Trotta publicó en
castellano bajo el título Del desierto al libro).
Sutileza tras sutileza, el niño Edmond pasa una infancia feliz en El
Cairo hasta que a los 12 años muere de tuberculosis su hermana, diez
años mayor que él, que lo había iniciado en la lectura y la
escritura. Un hecho tan impactante que lo compara a un segundo
nacimiento. "Recuerdo haberle dicho algo así como: 'No te
puedes morir. Es imposible'. Y ella me respondió exactamente con
estas palabras: 'No pienses en la muerte. No llores. No escapamos a
nuestro destino'. Ese día -continúa Jabès- comprendí que había
un lenguaje para la muerte, del mismo modo que hay un lenguaje para
la vida. No se le habla a un moribundo al igual que a un ser vivo.
Tampoco nos responderá como lo hubiera hecho antes. Su palabra es
diferente. Una palabra que casi ha alcanzado el olvido de sí misma.
Más adelante la volví a encontrar en el desierto: último reflejo
de un espejo roto, podríamos decir ".
Un desierto que acompaña
Saliendo de la adolescencia conoce la chica que se convertirá en el
amor de su vida, sin duda un buen nivelador para superar el duelo que
había provocado en toda la familia la causa de la hermana. Comienza,
también, a escribir y a interesarse por los ambientes culturales
egipcios, en especial los vinculados con la cultura francesa. Sin
embargo, la ciudad le ahoga: "El desierto fue para mí el lugar
privilegiado de mi despersonalización. Representaba una ruptura
salvadora. El desierto respondía a una necesidad urgente del cuerpo
y del espíritu y me adentraba en él con unos deseos completamente
contradictorios: perderme para, algún día, reencontrarme".
Estancias largas, solitarias, en un espacio sin tiempo donde "sólo
los nómadas saben transformar aquel silencio aplastando en fuerza de
vida".
Cuando, décadas después, y con toda la experiencia trágica que
sufre el pueblo judío entre 1930 y 1950, se establece en Francia, su
carrera literaria se consolida. Libros caracterizados por el tono
poético, elaborados a través de múltiples fragmentos, incorporando
voces y comentarios de toda la tradición judía, pero también de
las vanguardias y de las experiencias literarias de su época.
Marcado, inexorablemente, por lo que ha vivido.
"Tengo la sensación de no tener existencia más que fuera de
toda pertenencia. Esta no-pertenencia es mi propia sustancia. Quizás
no tenga nada más que decir excepto esta dolorosa contradicción:
aspiro, como todos, a un lugar, a un hogar y no puedo, al mismo
tiempo, aceptar lo que se ofrece. Este rechazo no es una actitud
deliberada, sino una disposición profunda contra la que lucho yo
también y que, evidentemente, intento dilucidar", afirma Jabès,
que enlaza este sentimiento desubicado a unas raíces determinadas:
"La no pertenencia, debido a la disponibilidad que me
proporciona, es también lo que me acerca a la esencia misma del
judaísmo y de forma general al destino judío. El judaísmo, en
cierto sentido, no es más que preguntas a la Historia... Hacer
preguntas, para un judío, es seguir manteniendo abierta la cuestión
de la diferencia".
Una identidad judía, sin embargo, que cuestiona la misma noción de
identidad: "Mi imposibilidad de ser un judío apacible,
apaciguado, anclado en sus certezas, es lo que ha hecho de mí el
judío que creo ser. Es precisamente en esta no-pertenencia en busca
de su pertenencia donde me siento más judío".
Para Edmond Jabès, resulta muy difícil disociar la experiencia de
leer y de escribir de la tradición judía, a pesar de que no quiere
quedar atrapado en ningún calificativo. "Creer es amar. Dios es
un pretexto para el amor infinito del hombre. Un desbordamiento -un
exceso- de amor lo ha inventado. Amar las palabras es también
amarlas en su relación con las demás palabras. Esta relación
afectiva con la tierra y el libro, ¿no está a menudo señalada en
los textos de la Tradición judía? El judío ha entendido que si su
palabra existe, Dios existe y, de rebote, él también. Palabra
divina o humana, escrita en el mismo libro que la ratifica. Dios es
el más audaz de los hallazgos del hombre; el más perturbado, el más
turbio".
Silencios perturbadores
Desierto, rabinos, poetas y silencios afloran en los libros de Jabès
que, paradójicamente, escribe a menudo en el metro (" en casa
no podía aislarme por falta de espacio "). Quizás las rupturas
e interrupciones características de sus libros encuentren también
eco en este método de elaboración fugaz y entrecortado que da el
transporte público. Jabès, sin embargo, logra entrar muy adentro, a
pesar del entorno cosmopolita y ruidoso donde se encuentra. "El
novelista no escucha la página, su blancura y su silencio. Esta
blancura, este silencio, son nuestro espejo más puro. La palabra que
preguntamos nos interroga a la vez". Sin embargo, hay que ir con
cuidado, recuerda Jabès: "El blanco ahoga las frases al darles
demasiada resonancia. Ampliando con desmesura el espacio vital que
necesita la palabra, esta se desliza inexorablemente. Escribir no
puede ser más que afrontar este silencio". Y como leer estos
silencios? "Si tuviera que imaginarme el lector ideal, sería
aquel que, a través de mis libros, asumiera sus propias
contradicciones, su propio vértigo y que aprendiera, paulatinamente,
a no asustarse por hacerlo. En definitiva, una manera de sobrevivir".